Ahora tenés marido...
Resulta que yo soy aracnofóbica mal. Si veo una araña, cualquiera sea su tamaño, experimento sensaciones terribles, mezcla de asco, miedo, mareos, nauseas, falta de aire y porque no, alucinaciones.
Pero no sólo se limita a eso mi relación con las arañas (de sólo nombrarlas se me pone la piel de gallina). También poseo un sexto sentido para detectarlas. Desde muy chica podía dirigir mi mirada hacía lugares insólitos y ahí de seguro había una araña, que si iba caminando se detenía, porque también ella podía sentir mi mirada.
Un sábado de mañana muy temprano, estaba yo en el baño y por debajo de la puerta entró una araña digamos grande, inmediatamente me subí al borde de la bañera y ella se quedó paralizada en la puerta. Yo no podía gritar porque en mi casa todos dormían (eran las 6 de la mañana). Intenté dominar la situación; pensé en tirarle con algo, pero no, ella me miraba amenazante con sus ojitos brillantes y malvados. Yo no sé si alguna vez miraron una araña a los ojos, pero les juro que tienen una mirada diabólica.
Nos miramos por lo menos media hora, y luego decidí gritar. Enseguida vino mi mamá y la mató.
Hace poco estando en la casa de mis padres en Baires , dormía yo plácidamente con mi marido hasta que me despierto de la nada y veo una araña en la puerta de un mueble. La habitación estaba a media luz y yo salí corriendo gritando que había una araña. Inmediatamente mi vieja agarró el Raid y entró cual bombero a la habitación echando el aerosol a diestra y siniestra (mientras mi marido salía de su sueño a la fuerza). Yo miraba desde la puerta que da a la otra habitación porque desde chica mi mamá sabe que no vuelvo a entrar a un lugar donde ha habido una araña a menos que me muestren el cadáver y revisen todo demostrándome que no hay ninguna más. El pobre Diego no entendía nada viendo la dantesca escena de mi vieja en camisón armada con el aerosol envenenando toda la habitación.
La araña nunca apareció. Lo que si murió fue un grillo y casi casi pierdo a mi marido por envenenamiento.
Yo desconfiaba mucho y no quería entrar porque no había cadáver alguno, pero Diego tomo el control de la situación y me convenció para que entrara. Finalmente me dijo: “Ya no tenés que llamar más a tu mamá, ahora tenés marido para que te mate la araña”. Y así olvidé al asqueroso bicho de ocho patas y me fui a dormir en brazos de mi hombre.
Pero no sólo se limita a eso mi relación con las arañas (de sólo nombrarlas se me pone la piel de gallina). También poseo un sexto sentido para detectarlas. Desde muy chica podía dirigir mi mirada hacía lugares insólitos y ahí de seguro había una araña, que si iba caminando se detenía, porque también ella podía sentir mi mirada.
Un sábado de mañana muy temprano, estaba yo en el baño y por debajo de la puerta entró una araña digamos grande, inmediatamente me subí al borde de la bañera y ella se quedó paralizada en la puerta. Yo no podía gritar porque en mi casa todos dormían (eran las 6 de la mañana). Intenté dominar la situación; pensé en tirarle con algo, pero no, ella me miraba amenazante con sus ojitos brillantes y malvados. Yo no sé si alguna vez miraron una araña a los ojos, pero les juro que tienen una mirada diabólica.
Nos miramos por lo menos media hora, y luego decidí gritar. Enseguida vino mi mamá y la mató.
Hace poco estando en la casa de mis padres en Baires , dormía yo plácidamente con mi marido hasta que me despierto de la nada y veo una araña en la puerta de un mueble. La habitación estaba a media luz y yo salí corriendo gritando que había una araña. Inmediatamente mi vieja agarró el Raid y entró cual bombero a la habitación echando el aerosol a diestra y siniestra (mientras mi marido salía de su sueño a la fuerza). Yo miraba desde la puerta que da a la otra habitación porque desde chica mi mamá sabe que no vuelvo a entrar a un lugar donde ha habido una araña a menos que me muestren el cadáver y revisen todo demostrándome que no hay ninguna más. El pobre Diego no entendía nada viendo la dantesca escena de mi vieja en camisón armada con el aerosol envenenando toda la habitación.
La araña nunca apareció. Lo que si murió fue un grillo y casi casi pierdo a mi marido por envenenamiento.
Yo desconfiaba mucho y no quería entrar porque no había cadáver alguno, pero Diego tomo el control de la situación y me convenció para que entrara. Finalmente me dijo: “Ya no tenés que llamar más a tu mamá, ahora tenés marido para que te mate la araña”. Y así olvidé al asqueroso bicho de ocho patas y me fui a dormir en brazos de mi hombre.
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